Madres recorriendo caminos en busca de sus desaparecidos

Alguna vez platicando de desapariciones forzadas, al ser ya un tema recurrente en México, me preguntaron qué haría yo si mi  hija desapareciera. La pregunta fue tan directa y espontánea que me tomó de sorpresa. Antes de responder, ya las lágrimas amenazaban con brotar. Lo único que atine a decir, porque así exactamente lo imaginé,  es que recorrería calles y tiraría puertas y muros para encontrarla. Que no descansaría hasta saber su paradero.

Veo con enorme tristeza y rabia que para miles de madres en México, la desaparición ya no es una hipótesis. Quizás a ellas nunca se les hizo esa pregunta, sino que fueron arrojadas, así, sin misericordia,  a la terrible verdad de un día tener la incertidumbre de saber  si su hijo o hija vive, está bien, come,  llora, sufre o si  ya su vida fue arrancada.

Y si, así como yo me pensé recorriendo calles y tirando muros y puertas, están ellas. Recorren largos caminos, buscan en archivos, delegaciones, fosas clandestinas. No importa que sea de día o de noche, que pasen meses o años. Estas mujeres que se han vuelto unas guerreras, no se detienen. Aún si tienen la fortuna, si así le podemos llamar,  de encontrar el cuerpo de sus seres queridos, siguen ahí, apoyando a sus compañeras de desgracia, porque la pérdida las hermana y hace su lucha eterna.

En una tarde calurosa, aunque helada en la sombra, típico clima de invierno citadino, madres como Margarita, “A”, Guadalupe, Eudocia, María del Rocio comparten la historia de sus familiares desaparecidos. Guadalupe, la hija de Margarita,  tenía 19 años cuando desapareció en Oaxaca en el 2011. “A” tiene a  su esposo desaparecido. Son de Chilpancingo. No quiere decir más por temor a represalias. El hijo de Guadalupe, Edgar Abdul de 19 años, fue de Querétaro a  Boca del Río, Veracruz de vacaciones. La última vez que habló por teléfono con su hermano ese mayo del 2014, le dijo que estaba en una plaza y que tenía miedo porque acababa de llegar un comando de encapuchados armados. Ya no se supo más de él ni de su amiga con la que estaba. Eudocia perdió la vista hace un año a raíz de la diabetes que dice se le generó por el susto de saber perdido a su hijo Abel en octubre del 2013. El hijo de María del Rocio, era médico. Desapareció en Chilpancingo. A finales del 2016 encontraron su cuerpo, después de 4 años de búsqueda. Ya lo sepultó. Sigue apoyando a sus compañeras por solidaridad, dice entre llanto. Rocio es los ojos de Eudocia en su andar de Chilpancingo a México.

 Ellas son parte de un grupo de 41 madres de desaparecidos que desde el 17 de este mes están en huelga de hambre frente al edificio de la secretaría de gobernación (SEGOB) exigiendo se resuelvan sus demandas.

Pese a sentirse débiles, su voz es decidida. Tienen ya tres días sin comer y dos noches durmiendo a la intemperie sobre unas colchonetas y cobijas que no son suficientes para  el frio que ha azotado la capital mexicana.

 Llegaron a la ciudad de México caminando, en aventones, o como pudieron. La búsqueda de seres queridos, en la mayoría de los casos desde hace años, trajo a estas 41 mujeres de Estados como Michoacán, Guerrero, Oaxaca, Querétaro, Veracruz, Quintana Roo, Tamaulipas, entre otros Estados, a exigir su aparición y se les otorguen los apoyos que la ley general de víctimas les confiere. De aplicarse esa ley, el gobierno tendría que cubrir gastos de viaje para continuar con los trámites de las búsquedas.

Agua y miel son su único alimento. Las botellas de miel están ya casi vacías. Ya la salud de algunas de ellas se está resintiendo. A una se le subió la glucosa hasta más de 400.  Guadalupe tiene hepatitis. Bajo la ley general de víctimas, el gobierno también debería cubrir sus gastos médicos y Eudocia pudiera tener una operación para su vista.

 Aseguran no se moverán de las puertas de la dependencia, pese  a su debilidad, enfermedades, el frio que padecen por la noche y de la indolencia del personal del gobierno que al descender de sus lujosos automóviles entran al edificio pasando por encima del campamento improvisado.  En estos tres días no ha salido ningún funcionario de la SEGOB a escuchar sus demandas.

Estas madres pertenecen a una red de más de 200 colectivos que buscan a sus desaparecidos. “Y hay muchos más colectivos. Nosotras las madres nos hemos convertido en rastreadoras” dice Margarita.

Hace unos días el colectivo Familias Unidas por Nayarit reportó el  hallazgo de tres fosas clandestinas con 32 cuerpos en Nayarit.

La desaparición de personas en México va en aumento en los últimos años. El tema salió a la luz en septiembre del 2014, con la desaparición forzada de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Sin embargo, la  realidad  es que este crimen  ha estado presente desde muchos años atrás y  se ha recrudecido con la llamada guerra contra el narcotráfico implementada por los presidentes de México  y Estados Unidos en 2006.

 El gobierno, sin reconocer que en esas desapariciones hay evidencias de su participación a  diferentes niveles, maneja desde hace tres años que las cifras son de alrededor de 30 mil.  Entre las madres y por otras voces se dice que exceden los cien mil.  Los volantes de “SE BUSCA”que se encuentran en casi cada esquina pegados en postes de luz, en cabinas telefónicas o publicados en redes sociales, en las noticias, nos dicen que es una realidad que no podemos y no debemos evadir. Mucho menos que se normalice..

Al normalizar las desapariciones y hacernos indolentes, nos hacemos complices de los perpetradores.

 

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